miércoles, 29 de marzo de 2017

Lectores anarquista

La lectura es una de las prácticas identitarias del anarquismo. Con ella, el individuo funda criterio, consagra sus ideas y las ensambla con su modo de vida. La lectura integra el quehacer cotidiano de los libertarios. Sin embargo, esta constatación general no es suficiente para señalar una actividad privativa de ellos. La lectura y sus objetivos pueden ser compartidos por otras comunidades y de ello existen numerosos ejemplos en la historia social. 

Pensemos en los rangos formativo y cultural, en la convicción pedagógica y redentora de la palabra, en su capacidad de iluminación y de convencimiento, en la dimensión reflexiva y en el uso que de la lectura hacen las comunidades religiosas, los sindicatos y otros agrupamientos. Por el camino comparativo no encuentro indicios de singularidad. Sin embargo, un orgulloso impulso pertinaz me devuelve a la línea de largada. Renuncio a la búsqueda del espécimen original en los objetivos, en las formas de la lectura, en su articulación con la vida. Pero sospecho que si el anarquismo ha demostrado en dos siglos ser una amalgama ideológica insólita, de contenidos exclusivos, puede que exista un trasiego de esa excepcionalidad hacia las prácticas sociales en las que se retroalimenta y una de ellas, axilar, es la lectura. Así por ejemplo las particulares nociones de autoridad, de libertad y de sujeto son, para mi pesquisa, determinantes. Desde ellas aspiro a reconocer una acción lectora especial.

La autoridad del lector
Para el anarquismo la autoridad es múltiple, móvil y circunstancial. “Cada uno es autoridad dirigente y cada uno es dirigido a su vez”, sentencia Bakunin [2]. El vaivén ininterrumpido de relaciones de autoridad y de subordinación es, sobre todo, voluntario. [3] Reconoce en cada individuo idoneidades dispares y, en el intercambio, el provecho mutuo. De la confrontación surge el criterio y, con él, el ejercicio de la libertad.

Así concebida, la autoridad abre los límites del sujeto y revela la disparidad con la noción tradicional, occidental y moderna. El pensamiento anarquista ha incursionado en la noción de sujeto como fuerza (Proudhon), como la integración de lo infinito en lo finito (Tarde), como una fuerza emancipadora, instancia transindividual capaz de formar con otros un mundo individual de significados (Simondon) [4].

El salto desde esta concepción del sujeto hacia la lectura es tentador. Concebido fuera de las sujeciones limitantes con las que el orden social intenta dominarlo, el sujeto-lector ejercería su potencia liberadora en ese otro orden determinante, el de las palabras y, en especial, en el orden de los significados. El sujeto anarquista lograría desbrozar esa red despótica. Esta es la potencia anárquica de la lectura que propuso Hans Magnus Enzensberger. Según su tesis, el lector puede rescatar del texto “conclusiones que el texto ignora”, también puede “alterar y reelaborar frases”, hojearlo “por cualquier parte, saltear pasajes completos” [5].



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