jueves, 12 de noviembre de 2015

La mujer, el conflicto y el mercado de la carne

La nueva edición de la revista Soho promete ser un éxito, dice Semana[1]. En ella se desnudarán una ex detective del DAS y una supuesta ex guerrillera fariana, que pareciera que ha pasado más tiempo en el gimnasio haciendo zumba que en las “montañas de Colombia”. Sería supuestamente un homenaje a la reconciliación. ¡Qué vaina! Tanto se ha dicho que las mujeres no han tenido suficiente participación en el proceso de paz y ahora esto. Mientras los medios han prácticamente invisibilizado la participación de mujeres en la delegación de paz de las FARC-EP, la revista Soho muestra cuál es el rol que tienen las guerrilleras en la construcción de paz: empelotarse. Operarse, convertirse en muñecas del narcotráfico, en chicas pre-pago al servicio de diplomáticos gringos, alimentar las fantasías machistas de la trogloditamente sexista sociedad colombiana. Las desmovilizadas tendrán que aspirar a convertirse en esa vieja clonada que mueve el culo y las tetas en todos los videos que sacan cantantes paisas de mala muerte. Entrar al mercado de la carne que alimenta a esta monstruosa industria de la belleza, de la fantasía, del turismo sexual, de las taras y las frustraciones glamorosas. La mujer pasiva, como una fruta madura, lista para ser consumida por quien tenga la capacidad de pagar el precio.

La objetivación sexual de las guerrilleras no es algo nuevo. Los medios abundan con historias sensacionalistas –y difícilmente creíbles- de guerrilleras convertidas en esclavas sexuales. Algunas historias son ridículas: por ahí encontraron una foto de la guerrillera holandesa Alexandra Nariño, y de inmediato los medios la convirtieron en la “bailarina exótica” de las FARC-EP. Esto no sólo ocurre en Colombia: también en Turquía y Siria los medios promueven la imagen hipersexualizada de mujeres jóvenes kurdas con armas. La propaganda sucia de la guerra, que busca la satanización del adversario, se cruza por un instante con los deseos machistas. Se trivializa el conflicto, se refuerzan los valores de la sociedad patriarcal y también los valores del mercado que convierte a la mujer en producto de consumo.

Pero ese rol está reservado para ciertas mujeres en el post-conflicto. Desde la vereda de las organizaciones de víctimas, hay otro rol para la mujer: un rol maternal, de mujer abnegada, sufriente y despolitizada, cuyo único discurso aceptable es el de los derechos humanos y la justicia. Que ni se hable de revoluciones ni de transformación social, eso no sienta bien a una madre que solamente quiere que la dejen tranquila. Para las ONGs europeas el único rol aceptable para una mujer es la de líder comunitaria de corte maternal, que protege a sus hijos y, por extensión, a su comunidad. Siempre ha habido un algo, un no sé qué no sé dónde, que me ha incomodado de esta representación de la líder-madre, que resalta una visión unidimensional y conservadora de la mujer, que refuerza estereotipos. Las sociedades más machistas son las que más exaltan a la santa madre (porque todas las demás mujeres son putas). No parimos hijos para la guerra dicen. Bueno, también hay mujeres que han optado por participar activamente de la guerra y no parir hijos. Horror de horrores. La guerrillera aparece como una fiera salvaje, la anti-tesis y la negación de “lo mujer”, cuya existencia se explica por una honda degeneración o por su inocencia burlada, porque le han lavado la cabeza, porque la han engañado. Jamás por su propia decisión, jamás como un acto consciente que demuestre su agencia ¿Una mujer insurgente? Un oxímoron.

La santa madre o la puta. Son las dos alternativas que la sociedad patriarcal parece estar dejando a la mujer para abrirse un espacio en una sociedad que busca un rumbo alternativo a la eterna guerra. Colombia oscila, errática y esquizofrénicamente, entre el conservadurismo paleolítico del procurador Ordoñez y el libertinaje disolvente de la cultura traqueta. Alguna vez se pidió libertad sexual, y el capitalismo, que todo lo que toca lo convierte en mercancía, en su lugar nos dio pornografía. Hoy el país necesita de paz con justicia social, y nos dan un show erótico trivial. Como todos los espacios que se abran en medio de este proceso, tocará que se lo labren las mujeres con su propio esfuerzo, con su propia rebeldía, con su propia imaginación, con su dignidad. En serio, nos merecemos un poco más de respeto: basta de seguir trivializando a las mujeres y su rol en la necesaria transformación de una sociedad que está, por donde se la mire, podrida.
 

José Antonio Gutiérrez D.
10 de noviembre, 2015


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