jueves, 24 de julio de 2014

Cine y libertad: Un permanente batir de alas

El universo de la pantalla entraña un infinito de posibilidades, como la libertad. Ésta ha sido un laboratorio de formas y contenidos cinematográficos, de la misma forma que ha querido y ha podido serlo, por ejemplo, el arte: como argumento necesario de los anhelos más sentidos de la historia y las pasiones más íntimas en las que palpita todo lo humano. El cine, como expresión artística, vino a ampliar el espectro de las utopías. La imagen en movimiento fue, desde su inicio, una proyección de libertad y esa ventana indiscreta, multiplicó su horizonte; la hizo revivir en la imaginación, dejando renovada constancia de su lucha contra los dogmas establecidos, los prejuicios, los tabúes o los miedos que le encarcelan el alma.

A partir de su invención, directores y guionistas, desde diversos ángulos, han entablado a través de la cinematografía un dialogo fecundo con la libertad y continúan rastreando el eco de sus pasos por el ancho mundo. No en vano, es gracias a ésta, a su fuerza luminosa, que el cine pulsa por no convertirse únicamente en ese gran hipnotizador de las masas urbanas, quienes a través de la industria generalizada del entretenimiento buscan un pasatiempo más, que en lo posible no contradiga el curso normal de la realidad impuesta. El cine como aventura imaginaria crea espacios de libertad, en los que el pensamiento crítico se manifiesta encontrando un modo contemporáneo de oxigenar la cultura y la libre expresión.

Partiendo, entonces, de un rastreo critico que para nada pretende ser exhaustivo, intentaremos ofrecer un panorama, brindado por los recursos de la cinematografía, a favor de las causas que encarnan las luchas por la libertad. Este recorrido reflexivo quiere dar cuenta de películas ampliamente conocidas, así como también de otras que no gozaron, precisamente por su contenido, de un mayor reconocimiento masivo u oficial, pero que no por ello dejan de ser referentes históricos importantes a la hora de plantear un tema tan afín con la humanidad.

Para nosotros la libertad

"Para nosotros la libertad" (René Clair, 1931) es una comedia musical presentada a través de dos simpáticos presidiarios, cuyo núcleo argumental pone de relieve el cuestionamiento de lo que, más tarde, se consolidaría como la Sociedad de Consumo. Frente a este culto desmesurado al trabajo y al endiosamiento de la producción en serie, René Clair exalta, en esta cinta, un espíritu lúdico pleno de gracia: lo que el yerno de Karl Marx, en un inusual libro, dio en nombrar como El derecho a la pereza. La película de manera intuitiva y sutil, prefigura los debates entre quienes son acérrimos partidarios de una moral del trabajo que condena el ocio, y plantea una disciplina de hierro, en contraposición a los haraganes, quienes desde otra orilla libertaria, ven las fabricas como cárceles sin grilletes y dudan del trabajo obligatorio, en el que no tienen más remedio que ser piezas del engranaje, en la cadena de producción.

La fábrica de René Clair es, efectivamente, una prisión. Los reclusos son trabajadores obedientes y presas de una ideología casi religiosa: el trabajo repetitivo unido a la falacia de que su obligatoriedad se debe llevar con orgullo porque representa la “verdadera libertad”. Sin embargo, por paradojas de la trama, la empresa es cedida a los trabajadores en unas condiciones óptimas de desarrollo automatizado y tecnológico; ellos, dueños de la producción y de su tiempo libre, terminan gozando de su ocio, mientras celebran su buena vida a costa del trabajo realizado por las máquinas. Como nota curiosa de su época, este final utópico, y algo idílico, fue visto por el partido comunista francés como de índole anarquista. En sus memorias René Clair al comentar esa reacción adoptó el rótulo, con la misma ironía con que escribió y dirigió la película.

La clase obrera va al paraíso

La película "La clase obrera va al paraíso" (Elio Petri, 1972) desde otra mirada más escéptica, combate la esclavitud del trabajo, por su violencia y estupidez a la que, en aras del rendimiento en la producción, es sometido el cuerpo y el espíritu. La cinta retrata la vida cotidiana de un obrero siderúrgico, encarnado de manera formidable por el gran actor Gian Maria Volonté. Cuando éste entra en contradicción con el trabajo a destajo, forma mediante la cual las grandes empresas presionaban al trabajador para que en menor tiempo produjera mucho más, pasa de la sumisión mecánica a la rebelión desesperada.

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